
Foto tomada por F.K.
Siempre sostengo en mi mano una estrella del cielo. Con su luz, ella me orienta en el camino arenoso, cuidando de mantenerme en la orilla del mar. Me ayuda, además, a leer la bóveda celeste, mostrándome algunas constelaciones. De esta forma, si bien ando bajo una noche eterna, no me pierdo, ya que cuento con toda esa iluminación estelar.
Pero… ¿qué le pasa a mi pequeño astro? ¡Se está apagando! ¡Ahora, sólo es una piedra translúcida! ¡Y se transforma en un cuerpo espinoso y opaco! ¡En una estrellamar!
Esto no me puede ocurrir. La estrella acaba de arrojarse al agua. Un espacio que no debo osar irrumpir. ¡Pero es que ya no veo con claridad! Las constelaciones se tornan confusas entre pequeños puntos dispersos en lo alto. ¿Cómo continuar así? Mis ojos comienzan a escurrir pequeños mares, y se cierran.
Los abro y me encuentro con el cuerpo envuelto en arena. El agua salada del mar me moja y mi corazón se acelera. Me pongo de pies de un salto. Siento que debo hundirme en el agua tempestuosa y buscar mi estrella.
Comienzo a explorar las aguas profundas y azules. Observo hacia arriba y aún distingo las estrellas en el cielo, como si estuvieran detrás de un vidrio humedecido. Continúo buceando; luego, me detengo ante la sorpresa que me causa la presencia de criaturas amorfas, las cuales no me han notado. Pronto, vislumbro entre ellas muchas estrellas de mar… Todas, iguales; y se desplazan en diversas direcciones. Esto me despista, pero me permite apreciarlas una por una. Todas son hermosas.
Elijo ir hacia la superficie y vivir, combinando constelaciones.