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Periociudad (I): Un barco se tambaleó en el mar

Un largo tiempo pasó desde mi última publicación por aquí y mis redes sociales. En parte de ese tiempo, estuve trabajando en una serie de relatos que, en conjunto, se llaman Periociudad. Aquí les dejo el primero de ellos, llamado «Un barco se tambaleó en el mar». ¡Nos vemos pronto!

Valeria tenía un currículum vitae en la mano. Observaba la fotografía de 4 por 4 centímetros de una joven de 20 años, con ojos grandes, cabellos oscuros y una sonrisa leve. La imagen del rostro con forma de corazón le trajo a la memoria un artículo traducido de una agencia de noticias sobre robots femeninos realistas: siempre se nota el pequeño detalle que denota su diferencia respecto de los demás. Cuando la tuvo frente a sí en la entrevista, a la jefa de redacción le sorprendió el semblante sonriente, que parecía no enderezarse ni fruncirse con ninguna pregunta; tampoco se deshacía cuando le hablaba de las características que debía tener un periodista para ingresar y permanecer en la empresa Periociudad. De hecho, le pareció que en medio de sus iris marrones comenzaba a aparecer una suerte de halo dorado en cada uno, como si en sus ojos se hubiera hecho de día. ¡Qué locura! Luego, volvió a mirar el portafolio profesional de la aspirante, un compendio de tapas coloridas, compuesto por artículos hechos para otros medios de comunicación (ubicados fuera de la urbe, ya que Periociudad era el único medio de la ciudad), todos ordenados por fecha; y la contrató.

Las tareas de Rebeca consistían en redactar notas cortas y adaptar gacetillas de prensa de distintos organismos al estilo del periódico. Además, los domingos se publicaba el suplemento Periociudad Cultural, por lo cual ella, durante la semana, se encargaba del contenido junto con otros colegas. Aquí, escribía, sobre todo, informes, crónicas o historias de vida. Justo el primer día que fue admitida, Valeria le dijo:

—Para el suplemento de la semana que viene, necesito que aportes una crónica sobre una actividad o trabajo que sean poco comunes o que estén cayendo en el olvido en la ciudad. Por ejemplo, puede ser la sastrería. Podrías averiguar cosas como cuántos sastres quedan, quiénes son sus clientes… Algo así. Vos fijáte.

Apenas se hubo retirado la jefa, Rebeca, quien estaba sentada en su cubículo, miró a los dos costados, a sus compañeros de trabajo, que portaban hace años una barra vertical a cada lado de los labios. Estos, al ver que las líneas de las mejillas de la joven eran comillas latinas que apenas tenían lugar para contener la sonrisa, se removieron en los asientos. Pero luego, se alteraron al tomar consciencia de ese acto que realizaron. Se sorprendieron después de tanto tiempo de no hacerlo.

Rebeca abrió su mochila dorada y buscó en el diccionario la palabra sastrería.  Mientras pensaba en una idea, hojeó el libro hasta que se detuvo en el término sello. “La filatelia es una actividad rara”, pensó. “Es un medio de comunicación que nutre el conocimiento de las personas, es de interés público, ya que forma parte de la historia de la humanidad”. Acerca del tema ella conocía un poco, puesto que, cuando era más joven, las estampas le llamaban la atención. De hecho, todavía guardaba los apuntes que hizo en un cuaderno con la intención fallida de armar varias notas y difundirlas en revistas culturales. Al llegar a su casa, lo primero que hizo fue buscarlo. Para ello, tenía que atravesar un pasillo hacia su habitación, donde había un espejo, por eso, nunca se detenía allí. Al pasar, atisbó su reflejo, el cabello frizado por la humedad y su ropa colorida. “Algún día voy a sacar ese espejo de ahí”, pensó.

Cuando abrió el cuaderno que halló en una caja deforme, con olor a humedad por el desuso, le sacó los ácaros y repasó las anotaciones en tinta azul. Luego, en una de sus hojas, comenzó a esbozar una guía para obtener la mayor información posible. “De este modo, publicar un trabajo completo, pues he aprendido que eso es buen periodismo. Es eso lo que la gente necesita, lo que la gente merece”, se dijo internamente Rebeca. Continuó escribiendo con la misma lapicera recargable que utilizó durante cuatro años en innumerables cuadernos cuando era estudiante de Periodismo, hasta lograr su titulación.

—Estamos haciendo un trabajo para Periociudad, el medio de comunicación de la ciudad —se presentó Rebeca al secretario general del gremio de trabajadores de correos. —El tema es sobre la filatelia en esta zona. Queremos saber si podemos hablar con usted, hacerle unas preguntas.

—Claro, conozco ese diario, si es el único que hay en la ciudad.  Tomen asiento —ofreció el hombre de mediana edad a la periodista y a la fotógrafa que la acompañaba. —¿Qué es lo que necesitás saber?

—¿Cómo ve la filatelia a nivel nacional? —preguntó Rebeca tras acomodarse en una silla y colocar su grabadora sobre el escritorio del entrevistado. También se aprestó a anotar las respuestas en su antiguo cuaderno.

—A nivel nacional, se puede decir que es bastante activa. Los coleccionistas se reúnen, hay quienes imparten clases, viajan al exterior, vienen desde allí cuando hay convenciones. El tema cambia a nivel local.

—¿En qué sentido?

—En que no hay mucho interés desde hace tiempo. Y acá, entre nosotros (por favor, esto no lo escribas), no se hace mucho por promover la filatelia. Digamos que es un tema mutuo: ni la gente común se interesa ni los encargados de difundirla se interesan. Creo que no es parte de nuestra cultura, tenemos otras cosas, pero creo que no nos vendría mal promover el coleccionismo de estampillas. Pero bueno, también hay que tener en cuenta que no es fácil predisponerse, conseguirlas por los precios, mantenerlas.

—¿Quiénes coleccionan en esta zona?

—Conozco a un muchacho que se dedica en sus tiempos libres, porque es contador. Se llama Miguel y es muy conocido en el mundillo, ha ganado premios por exposiciones en diferentes lugares.

Una miríada de estampillas coloridas, de diversas formas y temáticas, rodeaba a un joven en el escritorio de su estudio. Un hombre de unos 30 años, con rostro risueño. Sus manos se apoyaban sobre dicho mueble, que sostenía una gran cantidad de álbumes abiertos, con páginas que parecían hechas de sellos postales de tantos que había. Detrás de él se divisaban cuadros de todos los tamaños y vitrinas que resguardaban estampillas, sobres y tarjetas postales. “Falta pared”, se dijo Rebeca internamente. La imagen impresa en el periódico que ella leía era la de Miguel, el mayor coleccionista de la ciudad. El sindicalista postal le había pasado la dirección donde se lo podía encontrar, además de documentaciones y otros materiales que seguramente tendría que descartar, pues la joven profesional no contaba con tanto espacio en el suplemento para la publicación. Mientras hojeaba las páginas tamaño tabloide que desprendían el olor característico del papel prensa, las yemas de sus dedos se teñían de negro y su mente recogía la información, que a ratos apuntaba de modo telegráfico. Ella también estaba rodeada por diarios, revistas y libros sobre una de las grandes mesas de la biblioteca popular cercana a su domicilio.

Lo que leía la joven era una breve entrevista que le realizaron al hombre, y el encuadre que le habían dado era de su historia de vida: cómo comenzó con su “particular” colección, su llegada al país desde otro muy lejano, de qué manera compartía su afición con los demás y las técnicas que empleaba para la conservación de las piezas. Por último, se ofrecía el dato de dónde encontrarlo: un teléfono de contacto y la dirección del instituto donde impartía un taller una vez por semana.

Entre las aguas turbulentas que cabían en un diminuto recuadro apaisado se transportaba un barco gris de líneas rectas. La mínima ventana decorada con marcos dentados de papel era una estampilla resguardada en un portarretrato de igual tamaño. Estaba ubicada en medio de otros cuadros, detrás de una vitrina que Rebeca observaba.

—¿Cuál es la importancia de esa estampilla? —atrapó las palabras en su grabadora que luego dirigió a Miguel. Ambos se encontraban en su estudio.

—¡Esa es la primera de la colección! Mi padre me introdujo al mundo de las estampillas desde chico, pero no me interesé demasiado sino hasta que cumplí 20 años. Tenía sellos que él me regalaba o que yo conseguía por cuenta propia, pero para recolectarlos no me guiaba por un criterio determinado. Pero eso cambió cuando, a mis 20 años, recibí una carta de mi padre, la primera y última que me envió de un viaje que realizó por vacaciones. Porque luego falleció. No guardé el sobre, cometí el error de sacar la estampilla con vapor. Si se es coleccionista y una estampilla ya está en un sobre, pierde su valor si se la separa de él. Yo en ese entonces estaba tan conmocionado que lo olvidé por completo. Lo que pasa es que en ese momento solo quería la estampilla, tiene algo que la hace muy especial para mí.

Rebeca fijaba su vista marrón en Miguel como lo hacía cada vez que entrevistaba, y asentía ante cada frase suya.

—¿Qué es eso que la hace especial?  

—El dibujo, por supuesto. El dibujo del barco. Pero no es cualquier barco.

En efecto, Rebeca observó que se trataba de una nave rectangular sobre olas ondeadas.

—Entiendo. ¿Qué significa?

—Mi padre siempre me decía que si yo creía en algo o si tenía un objetivo o un sueño, tenía que ser perseverante. Después de que falleció, justo durante sus vacaciones en un crucero, que fue a las pocas semanas de enviarme la carta, vi la estampilla y recordé su frase. Así, quise ser como ese barco, determinado en medio de las aguas onduladas. Y hasta ahora procuro ser así en todo lo que hago. Por más problemas que tenga. Por más que el mismo camino me quiera desviar.

A continuación, Rebeca, Miguel y la fotógrafa se dirigieron a la habitación donde el coleccionista ofrecía sus talleres de filatelia. El lugar era similar al de un pequeño salón de clases, de paredes y pisos blancos. El mobiliario consistía en pupitres del mismo color y un pizarrón verde.

—Esta es la hora en la que comienza el taller. Como ven, muy raras veces vienen algunos interesados, pero resultan ser coleccionistas que sienten curiosidad y después no vienen más. Este año, esta es la segunda clase y hasta ahora nadie siquiera preguntó por inercia. Pero bueno. La esperanza…

—¿Cómo surgió la idea de ofrecer clases de filatelia? —preguntó Rebeca.

—Eso tiene que ver también con mi padre. Él me trajo al mundo de los sellos postales. Y coleccionar estampillas no tiene que ver solamente con colectarlas. Se relaciona con todo lo que vas aprendiendo al hacerlo. De hecho, no por nada también se la considera un deporte: da muchos beneficios, por ejemplo, el conocimiento. Cuando uno empieza a adentrarse, empieza con la primera estampilla, se interesa en la obra de arte que representa o bien, en el hecho histórico que recuerda. Así, busca información sobre eso y va aprendiendo. Mi padre me trasmitió todo eso, yo continué con la actividad, pero la verdad es que yo no me lo quiero quedar solo para mí. No tiene sentido. Por eso decidí abrir las puertas a todos los interesados.

—Teniendo en cuenta esto que me dice, ¿qué es la filatelia?

—Y es una forma de adquirir conocimientos, de investigar, de estudiar. Es todo esto y es un hobbie sano. Quiero decir, imagináte si los niños de aquí coleccionaran estampillas en vez de esas figuritas de chicles u otras golosinas con dibujos animados o lo que sea. No me quiero meter con sus actividades, pero solo imagináte si coleccionaran estampillas desde chiquitos. Si tuvieran acceso. Si se fomentara más la actividad. ¡Cuánto aprenderían! ¡Cuán bien podría irles en la escuela y en la vida solo por ser filatelistas!

—¿A qué edades se puede comenzar?

—A cualquier edad. Perdón si solo pongo como ejemplo a los chicos. Los adolescentes, los adultos, la gente mayor también puede. De hecho, yo mismo empecé de adulto, como te dije. Mejor dicho, me lo tomé más enserio. Es muy beneficioso. No hay edades para esto y eso también es lo lindo de la filatelia.

Rebeca oía la grabación de esta entrevista mientras avanzaba con la redacción de la crónica. Lo hacía en la computadora que le habían proporcionado en la sala de redacción. Para ella, solo existían el teclado y la pantalla, cuando a su alrededor vociferaban y circulaban sus colegas, a grandes pasos. Entre ellos, apareció un muchacho alto, treintañero y de cabello cobrizo, que la saludó y se quedó un rato parado, mirando la pantalla de la computadora.

—Te molesto un momento —le dijo.

Ella observó sus ojos pequeños, del color de la lima, que le resultaron familiares.

—Disculpe, ¿usted viene por una entrevista? Puede esperar en uno de los asientos de la sala de espera, enseguida lo atiendo.

El joven miró a lo lejos y rio.

—Soy Omar, un colega. Trabajo acá hace diez años y soy hijo de Valeria. Ella me comentó que empezaste a investigar para el suplemento de la semana que viene. Algo sobre la sastrería —explicó, y esperó que su expresión amable se contrariara, pero su rostro, tal como se lo dijo su madre, era imperturbable.

—Disculpe mi ignorancia. Sí, Valeria me sugirió la sastrería, pero solo como ejemplo. Así que me decidí por la filatelia. Mire. Aquí tengo la guía para las entrevistas y las documentaciones. Ya me reuní con dos personas y conseguimos bastantes fotos y otras documentaciones. Y ahora estoy redactando con la información que ya poseo —respondió sin tomar aire y, a la vez, se le vino la imagen de Valeria. En efecto, Omar había heredado sus colores.

Omar tomó el borrador que Rebeca le extendió, sus ojos hicieron un barrido y luego dijo:

—Sos muy profesional. Así que la filatelia… Bueno, por cualquier duda, consultáme.

—Sí, consultálo, pero no te va a servir de mucho —se mofó uno de los periodistas cuando Omar se fue y que había estado oyendo la conversación. —Este tipo, cuanto menos trabajo, mejor para él. ¿Sabés qué hace acá? Se dedica a recibir las gacetillas de prensa y solo cambiarles el título. El resto, lo deja tal cual. Y si puede, ni siquiera las mira, las delega a los demás, las reenvía por correo electrónico. Sabe que todos acá laboramos como locos y encima nos agrega más trabajo dándonos el suyo. Pero claro, es el hijo de la jefa…

—Ah, claro, así que todas las gacetillas que recibimos esta semana en la cuenta de correo general fueron reenviadas por él… —entendió Rebeca.

—Exacto. Desde su cuenta personal. Si te fijaste mejor, la mayoría de los correos no vienen de ninguna cuenta oficial de algún organismo, eso es porque se los envían a él porque se supone que él se encarga de mejorar esas gacetillas. Pero en vez de hacerlo él, nos suele tirar todo el trabajo a nosotros y después se lleva el crédito él. Así es él. El resto del día se lo pasa dando vueltas por ahí, “supervisando” a los demás, criticando todo. Pero de escribir, nada.

—Rebeca, ¿qué pasó con la crónica? ¿Qué es esto? —le preguntó Valeria tres días después. Sostenía en su mano el borrador impreso del suplemento, en papel de oficina, en blanco y negro. Sus ojos, usualmente diminutos, se veían grandes.

Todo el ejemplar de la semana estaba dedicado al rubro textil local. Rebeca lo hojeó y se encontró con títulos relacionados con modistas, diseñadores de indumentaria, costureras… y sastrería. En la anteúltima página se hallaba la crónica que había entregado a los diseñadores gráficos encargados de armar el suplemento. El único texto relacionado con la filatelia.

—¿El texto tiene errores? No hay problema, lo corrijo enseguida —aseguró Rebeca, en cuyos ojos oscuros pareció haber amanecido ante la visión de su trabajo a punto de publicarse por primera vez en el suplemento.

—No. Ningún error. Lo que no entiendo es por qué no trabajaste en lo que te dije. Tuve que cambiar de lugar el texto porque la idea era que saliera en la contratapa, pero ahí se nota mucho que está fuera de lugar. Así que va a publicarse adentro.

—Pero yo creí que necesitaba algo sobre una actividad poco común. La filatelia es eso.

—Claramente, te dije algo sobre la sastrería. La sastrería involucra a más cantidad de gente, es algo conocido y llama a leer el suplemento. Pero la filatelia no le interesa a casi nadie. Además, esta semana, una empresa textil, como ves acá, puso una publicidad enorme en el suplemento y por eso queríamos aprovechar y tocar temas vinculados. Te aclaro una cosa: a veces, vas a tener libertad de elección en los temas; pero otras, como esta, vas a tener que hablar con los demás periodistas y entre todos ponerse de acuerdo en un mismo tema. Y a veces, puede haber tres notas que toquen temas relacionados y el resto no. Vas a tener que estar atenta a todo eso. Pero qué raro, Omar me contó que habló con vos y estaba todo bien. No entiendo por qué no le mostraste que tu trabajo no tenía nada que ver con lo que necesitamos ahora.

—¡Pero…!

—La crónica va a publicarse, ya la viste —la interrumpió Valeria y dio zancadas hacia la puerta de la redacción, pues ya se retiraba. —No hay mucho para decir. En todas las notas que entregaste estos días para el diario se ve que sos buena en esto, pero para la próxima, sobre todo para el suplemento, tenés que estar más atenta.

Rebeca se quedó sola y tomó el borrador del suplemento que su jefa había dejado sobre uno de los escritorios. Observó la fotografía de la estampilla del barco rectangular y, de repente, durante dos segundos, vio que la imagen se sacudió.

—Con la redacción —Valeria atendió el teléfono fijo en su oficina el día en que se publicó el nuevo número de Periociudad Cultural.

—Buenos días. Soy Miguel, el filatelista del que hablan en el suplemento.

—Sí, ¿cómo está? ¿Hubo algún problema? Si es así, mil disculpas, dígame cómo lo podemos ayudar.

—Todo lo contrario. Llamo para agradecer a Rebeca por el interés, para agradecerles a ustedes porque ahora tengo dos alumnos nuevos: una señora jubilada y su nieto de 10 años. Si es tan amable, cuéntele a Rebeca que la señora es coleccionista pero nunca pensó que podía juntarse con otros para compartir su gusto por las estampillas, hasta que vio el suplemento y vino a inscribirse al taller junto con el chico. La familia de la mujer está contenta porque, al parecer, antes, ella no quería salir de la casa. Y para mi alegría, ella tenía varias planchas de estampillas de barcos que busqué durante años porque son de la misma tirada que la del barco que me había regalado mi padre. Ella me las intercambió por otras en las que yo ya no estaba interesado.

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