
Ella caminaba en el interior del edificio de un periódico. Era de noche. Comenzó a subir las escaleras sujetando el barandal y tanteando la pared porque no había luz. El miedo se comenzó a apoderar de ella pues no veía nada, aunque alcanzó a atisbar un destello en el piso donde estaba la sala de redacción. Al llegar, halló dos pequeñas luces amarillas que recorrían juntas el lugar oscuro. La periodista, de unos 20 años, se puso contenta. De repente, apareció en la puerta un hombre pelirrojo, demasiado alto, que llegó al medio de la sala en solo dos pasos. Le llevaba al menos una década de edad. Se aproximó a la chica, a la que le sobrevolaban esas pequeñas luces, que resultaron ser dos luciérnagas. En un frasco de vidrio, el mozo encerró a los insectos. La luminosidad de estos se desplegó en contrapicado sobre sus pequeños ojos verdes. Las sombras no cubrieron su sonrisa pero oscurecieron su frente.
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