
Imagen de Pixabay
Con cada mes lunar, se movían, rápidamente, dos sombras. En dichas oportunidades, caminaban sobre montículos de tierra, pisando desniveles rojos. Los guiaba el satélite terrestre, al que adoraban y al que siempre le seguían los pasos, incluso hasta cuando no se lo veía.
Pero llegó un momento en que, a fuerza de cansancio, de tanto repetir marchas hacia adelante, las dos sombras ya no querían serlo. Aunque ustedes no lo crean, ellas deseaban despegarse de la Tierra para llegar a la Luna. Anhelaban convertirse en minerales lunares como por arte de magia. Así, en vez de ser puras sombras, formar parte de un cuerpo opaco que reflejara luz.
Para ellas, era peor ser una sombra en el gran planeta Tierra, que un mineral en la pequeña y dependiente Luna.
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