Periociudad VI: Enfrentamiento, acción y cambio

Una niña de seis años esperaba que la pasaran a recoger de la escuela. Ese día habían entregado a los alumnos el boletín de calificaciones, y en el de ella se reflejaba que era de los mejores estudiantes. Sus ojos marrones y grandes miraban hacia lo lejos con expectativa, aumentada porque algunos padres ya llegaban, sus hijos les mostraban las notas y recibían sonrisas, felicitaciones, abrazos. Hasta que apareció una mujer de 25 años que ella veía alta, delgada, de ojos castaños claros y cabello oscuro recogido en una cola de caballo lisa y estirada. Su nombre era Martina y era licenciada en Letras. Cuando se acercó, la niña le sonrió, extendió su libreta y le dijo:

—¡Tía! Mirá, dieces en todas las materias.

La mujer de rostro serio se interesó más por la mochila de la pequeña que por el documento y le dijo:

—Así tiene que ser, para eso me quito tiempo y me ocupo de tu educación, y no para que lo desperdicies en malas notas. Guardá eso y lo miro en la casa. Rápido, Rebeca, hay muchas cosas para hacer en la librería. —Agarró su mano y comenzó a llevarla de los tirones, porque la niña no caminaba tan rápido. Luego, le miró la cabellera brillante, ondulada y semirrecogida en un moño. —Tu pelo está horrible. Pero bueno, si lo corto más va a quedar peor.

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Periociudad V: Hijos del “Mercado Modelo” buscan continuar con el legado familiar

Ella caminaba por la ciudad una mañana templada de otoño. El panorama era gris debido a las nubes y al cemento de la urbe. Un viento que parecía ser una mezcla de aire húmedo y frío, como si se estuviera andando en aguas eólicas. La explicación era que llegaba a la ciudad desde el río, varias cuadras más abajo. Era domingo, su día de franco, y Rebeca aprovechó para comprar ropa. Ya había conseguido un trabajo unas semanas atrás y no tenía tanto repertorio, así que era hora de ampliarlo. Muchos compañeros la miraban con cejas levantadas. Ella asumía que era por su atuendo de colores y su cabello semilargo con algunos pelillos parados en su coronilla. “Por no ser como todos ellos”, agregó interiormente.

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Periociudad (IV): El saber en fotos

Ella apagó la computadora de escritorio que estaba al lado de muchas otras máquinas similares. En su mochila dorada guardó un cuaderno grueso con huellas de antigua humedad. Se dirigió a la puerta para irse, puesto que ya había cumplido con su jornada laboral. La joven de 20 años trabajaba en el lugar desde hacía poco tiempo. Se despidió de sus compañeros de forma general, algunos de los cuales se quedaron hablando un rato más, y comenzó a salir. En eso estaba cuando una colega la llamó:

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Periociudad (III): Al rescate de la cultura y la vegetación de un barrio tradicional

Ella caminaba en el interior del edificio de un periódico. Era de noche. Comenzó a subir las escaleras sujetando el barandal y tanteando la pared porque no había luz. El miedo se comenzó a apoderar de ella pues no veía nada, aunque alcanzó a atisbar un destello en el piso donde estaba la sala de redacción. Al llegar, halló dos pequeñas luces amarillas que recorrían juntas el lugar oscuro. La periodista, de unos 20 años, se puso contenta. De repente, apareció en la puerta un hombre pelirrojo, demasiado alto, que llegó al medio de la sala en solo dos pasos. Le llevaba al menos una década de edad. Se aproximó a la chica, a la que le sobrevolaban esas pequeñas luces, que resultaron ser dos luciérnagas. En un frasco de vidrio, el mozo encerró a los insectos. La luminosidad de estos se desplegó en contrapicado sobre sus pequeños ojos verdes. Las sombras no cubrieron su sonrisa pero oscurecieron su frente.  

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